BBC News Mundo.- Manuel Oliver habla fuerte, con precisión y siempre mirando a los ojos. Está bravo, tiene “arrechera” como le dicen a la rabia en su natal Venezuela. Y esa furia combinada con la “tristeza infinita” que le dejó el asesinato de su hijo, Joaquín, de 17 años, en un tiroteo masivo dentro de la escuela secundaria Stoneman Douglas de Parkland, Florida, en 2018, es el motor de su vida diaria, de su activismo.
“Es mi obligación como padre”, explicó Oliver en un extenso diálogo con BBC Mundo hace algunos días en la ciudad de Nueva York, a donde viajó desde Miami para participar en un panel sobre la violencia de armas en Estados Unidos.
La charla ocurrió pocos días después de que un tiroteo en una escuela elemental en Uvalde, Texas, dejara a 19 niños, de alrededor de 10 años, y a dos profesoras muertas, encendiendo de nuevo el debate sobre el control de armas.
Oliver es un artista que dedica su existencia a la causa contra la violencia de armas en EE.UU.
Lo hace en equipo con Patricia Padauy, la mamá de Joaquín y su esposa, con quien, tras el asesinato de su hijo, fundó la organización sin ánimo de lucro Change the REF, que pretende cambiar la narrativa a través del arte y propuestas publicitarias.
Y aunque el arte podría considerarse una actividad sin mucho riesgo, el estilo de activismo que hace la pareja es de alto impacto; inspirador para algunos, pero incómodo y perturbador para otros. Sin embargo, es así como han logrado mantener activa la conversación.
Este sábado, Oliver fue uno de los protagonistas en la marcha en Washington D.C. convocada por la organización March for Our Lives, fundada por estudiantes sobrevivientes al tiroteo en Parkland. Decenas de miles de personas, de 400 ciudades de todo EE.UU., participaron en las manifestaciones.
Esta es la entrevista de Oliver con BBC Mundo.
¿Qué pasó el 14 de febrero de 2018?
Ese día Joaquín fue al colegio, pero era un día muy especial porque era el día de San Valentín y estaba muy contento porque le iba a llevar a su novia unas flores que compramos la noche anterior. Yo acostumbraba a llevarlo y ese día, como de costumbre, preparé dos cafés que nos fuimos tomando en el camino. Íbamos conversando; oyendo música.
Llegamos al colegio y llegó el momento de la despedida El dice ‘chao, papi’, yo le digo ‘chao, enano’ -era más alto que yo, pero yo le decía enano-, le doy un beso y él me da un beso. Yo digo ‘te amo’, y él dice ‘te amo’. Se baja del carro y yo le digo ‘oye, me llamas después para ver cómo te fue con las flores’, porque yo quería saber la historia completa. Y eso fue.
Esa fue la última vez que yo hablé con mi hijo. Fue la última vez que vi a mi hijo vivo. Lo volví a ver dos días más tarde en una funeraria.
A las 2 de la tarde, un asesino que con anterioridad había tenido acceso a un arma de asalto, a una AR-15, un arma super poderosa, se metió al colegio del enano y comenzó a disparar sin ningún plan. O sea, esto no fue un crimen de odio o de homofobia. Esto era simplemente el placer de matar.
Cuando hay tiroteos masivos surgen explicaciones o justificaciones públicas, como problemas de salud mental, o una puerta que estaba abierta, o que el atacante jugaba videojuegos en exceso, etc. ¿Cuál es el verdadero problema?
El elemento común en todas estas tragedias es el arma. ¿Y por qué el arma? Porque en la sociedad norteamericana es de muy fácil acceso.
Yo compré un arma. Yo quería probar mi tesis de qué tan fácil se accede a un arma. Quería equivocarme y no me equivoqué. Me fui a un show, porque aquí [en EE.UU] además tenemos shows de armas. En Florida hay muchos. Yo entré con US$900 en efectivo, una cámara escondida y compré una AR-15, sin papeles ni nada.
¿No te pidieron nada para vendértela?
No, yo salí de ahí con mi arma, con balas, con magazín, con todo.
¿Qué hiciste con el arma?
La derretí e hice una escultura de Joaquín.
Es frecuente escuchar que las armas son parte de la identidad de los estadounidenses. ¿Crees que un cazador en una zona rural que tiene una escopeta para cazar venados y alimentarse es equivalente a una persona que colecciona un arsenal de armas de guerra, con cientos o miles de balas? ¿O esa es una falsa equivalencia?
La cacería está controlada. Si tú eres cazador, puedes usar cierto número de balas durante tu temporada de cacería y hay ciertas armas con las que puedes matar a una especie. Hay también una época del año en que puede cazar esa especie. Tú no puedes cazar, por ejemplo, como un AR-15 porque destrozas al animal, no te lo puedes ni comer, ni puedes hacer un abrigo ni nada. Es como que estarías exterminando al animal. No te lo permite la ley.
La cacería humana no tiene regulación alguna. ¿Cómo se entiende que la ley permita que lo que tú coleccionas o lo que a ti te obsesiona, ponga en riesgo mi vida y la de otras personas? Entonces ya no se trata de ti y de tu hobby, va más allá.
Escribiste en Twitter, después de una declaración del presidente Joe Biden sobre el tiroteo en la escuela elemental de Uvalde, Texas, que esperabas “órdenes ejecutivas” y que lo que hubo fueron “oraciones ejecutivas”. ¿A qué te refieres?
En EE.UU. hay una doble moral evidente. La gente se aferra a Dios y a las emociones, pero hay una solidaridad un poco tambaleante, que se nota que no es 100% auténtica. Es una sociedad donde el trato al cliente es muy importante, donde todo mundo quiere ser amigo. Y hay una tendencia en situaciones como estas, a enviar thoughts and payers (pensamientos y oraciones) de parte de los políticos. En lugar de ponerse a trabajar en las soluciones, mandan sus oraciones. Yo le tengo cierto rechazo al tema de la oración en estas circunstancias en particular.
Cuando yo estoy escuchando al presidente espero que sea contundente, que, como los jefes de Estado cuando se dirigen a la nación, es porque algo está pasando y hay una medida que se va a dictaminar en ese momento y eso no fue lo que pasó con Biden.
¿Qué es lo que tiene que hacer Biden? ¿Qué poder tiene que no ejerce?
Podría ser un poquito más agresivo y puntual. Podría incluso priorizar el tema de la violencia por armas, así como hace con otros temas, como con el covid. En algún momento fue una emergencia y toda la sociedad trabajó en eso.
El presidente tiene que decretar prácticamente una emergencia, porque es una emergencia. Si matan a 19 niños en una escuela y les desfiguran el rostro sería una emergencia en cualquier nación. Debería decretarla, no pedirles a los congresistas que después del receso [de verano] se pongan de acuerdo. Deberían estar encerrados en un cuarto discutiendo, con las mangas remangadas. Cómo ‘esto lo vamos a arreglar aquí, todos ustedes republicanos, ustedes demócratas y yo presidente’.
Podría abrir una oficina de prevención de la violencia de las armas, una entidad con un director nacional que se dedique día y noche al tema. De momento la ministra de Asuntos Interiores, Susan Rice, es la encargada de ese “rol” y tiene muchas cosas en la mesa también. Es difícil que le presten atención.
Impulsado por la frustración de un nuevo tiroteo, a principios de 2022, Manuel Oliver viajó a Washington y se paró frente a la Casa Blanca y pidió hablar con el presidente Biden. Le dijeron que no se podía, que esa no era la forma. Pasó 18 días esperando que lo atendieran. Mientras tanto pasaban músicos, grupos de teatro y otros activistas sintonizados con su causa.
Pero el resultado no fue el esperado.
Me atendieron finalmente, no el presidente, sino unos asesores del presidente, la ministra de Interior, Susan Rice y su equipo asesor. Y yo no salí contento de esa reunión. Pero durante esos días veía con ganas, con picardía, una grúa en una construcción en frente de la Casa Blanca. Me devolví a mi casa y me puse en contacto con la gente de Greenpeace. Me entrenaron en Washington.
Vuelvo el 14 de febrero, el día del aniversario de Parkland, y me monto en la grúa con un afiche con la cara de Joaquín y con una página web que armamos shockmarket.org, donde aparecen todas las víctimas de gun violence (violencia de armas) desde que Biden está en la Casa Blanca. Y como consecuencia, me metieron preso por unas horas. Pero fue noticia, fue muy viral y lo más interesante es que al mes de ese día me recibió el presidente en la Casa Blanca.
¿Cómo hacer para que la rabia que produce lo que le pasó a Joaquín y sus compañeros o a los niños en Uvalde se contagie y alguien diga ‘no trabajamos más hasta que esto cambie’? ¿Qué puede hacer un ciudadano del común?
Tienes que primero estar dispuesto a hacer de esto tu vida. Todos los días.
Lo que hace falta es que te involucres, que primero entiendas que esto te puede pasar a ti, que no estás ajeno al problema. No tienes ese privilegio, ese escudo de protección. Y una vez que te das cuenta de eso y que tus hijos también son vulnerables, pues entonces ya es una razón de peso para que te metas e investigues un poquito más de cómo puedes prevenir. Eso hay que hacerlo a diario, porque los tiroteos son diarios.
¿Qué pasa con el atacante?
Quiero que se muera.
¿Sientes eso?
Claro, pero lo siento no, lo analizo. Quiero que se muera. Pocas veces el atacante sobrevive, a veces el atacante muere dentro del mismo episodio. En el caso de Parkland, lo agarraron y hay un juicio que va a comenzar muy pronto.
En Florida existe la pena de muerte y este personaje se declaró culpable. Tiene dos opciones, o pasa la vida en prisión o le decretan pena de muerte. No hay una tercera alternativa y el juicio se va a basar en esa decisión. Cuando a mí me preguntan esto siempre respondo que yo sí quiero que se muera. Creo que eso podría ayudar a muchos de nosotros a cerrar un capítulo. Creo que marcaría un precedente que a lo mejor funciona a nivel de mensaje social.
Pero sobre todo, porque ni siquiera la muerte, bajo esa circunstancia en la cual él va a morir si le dan pena de muerte, es equivalente al sufrimiento que vivió Joaquín. Es una muerte planificada, organizada, sin dolor, con un cura, con la familia. Cuando se declara pena de muerte, lleva años que se ejecute a la persona, pero cuando lo hacen, la ejecutan con una cantidad de beneficios que Joaquín no tuvo.
Siempre digo que me encantaría que lo metieran en un colegio y que lo persiga un carajo con un AR-15, que le dispare cuatro veces y que escuche los gritos de gente alrededor y que huela el humo de la pólvora y que vea la sangre saltando por todos lados, y que 12 horas después le avisen a la familia. Eso sería una pena de muerte quizás más cercana a la muerte de Joaquín.
No tengo por qué tener otro pensamiento para con ese individuo. En realidad, le deseo la muerte. No sufro con eso. Esa no es mi lucha. Le dedico cero tiempo.
Me va a tocar ahora asistir al juicio. Ya veré qué se me ocurre, alguna campaña o alguna vaina inventaré. Y bueno, a cerrar ese capítulo y seguir con el mío.